ESTAMPA
En los tiempos difíciles de
la Falange, en los que todas las armas se consideraban lícitas para combatirla
y todas se utilizaban en tal fin, estimarla, deliberadamente, por .bajo de su
exacto valor, aparentando despreciarla o no darle beligerancia, fué una de las
con más frecuencia usadas. Se dió en decir que la Falange era tan sólo fuerza
de choque, agrupación de jóvenes decididos, pero carente de doctrina y de
hombres de mérito o de preparación. Y cuando el arma perdía eficacia, porque
tropezaba con figuras de personalidad tan destacada que era imposible
silenciar, entonces se les reconocía esa personalidad con independencia de su
actuación falangista y sin tener en cuenta ésta para nada.
Tal fué, entre otros, el
caso de Julio Ruiz de Alda. En él se veía al Héroe del "Plus Ultra",
al aviador de fama internacional, quedando en cambio encerrada en el arca del
olvido o de la indiferencia, su capacidad política y la renuncia que había
hecho al porvenir espléndido, que le aseguraban la brillante carrera que dejó y
sus hazañas aeronáuticas, para entrarse en una vía, entonces obscura, llena de
peligros e incertidumbres, en la que no había más seguridad que la de sostener
lucha dura y a muerte con el enemigo.
Pues bien, ahora que
estamos en época reparadora de injusticias, que se ha puesto en claro quiénes
tenían la razón y quiénes eran los equivocados, es imprescindible colocar a los
hombres que, como Julio Ruiz de Alda, se entregaron por entero al servicio de
la Falange cuando el hacerlo se estimaba de locos o de ingenuos, en el puesto
que les corresponde. Y si este es deber de todos, mucho más ha de ser de quienes
por convivir con ellos pudieron apreciar directamente las magníficas cualidades
que les adornaban.
Por eso, aprovecho la
ocasión que me depara escribir estas líneas a guisa de prólogo del libro en que
se recogen los discursos, artículos, conferencias de Julio Ruiz de Alda, para
librarme del peso que hace tiempo sentía sobre mi conciencia. El no haber
dedicado públicamente al glorioso camarada caído el recuerdo de que es
merecedor, que íntimamente nunca le ha faltado, y hacer resaltar la
participación tan directa e importante que tuvo en la formación y estilo de la
Falange.
Julio, todos lo saben, fué
uno de sus fundadores, pero lo que quizás no sea tan conocido es cuánto hizo
por ella, empezando por el nombre, que propuso a JOSÉ ANTONIO y que éste aprobó
con entusiasmo, pues al significado militar que encerraba, se unía el servir la
primera letra de las dos palabras que lo constituían, para formar la que
expresaba la FE absoluta en el triunfo definitivo, palabra que más tarde había
de ser voceada en las calles del Madrid marxista, al pregonar, unas veces entre
balas, siempre entre el escándalo, el semanario difusor de nuestra doctrina.
Poseía Julio, como pocos, el don de la oportunidad y del golpe de vista para
juzgar rápidamente un problema por enmarañado que estuviese, una situación por
grave que apareciera y apuntar la solución más acertada. Por eso, cuando en la
madrugada del 6 al 7 de octubre de 1934, el hotel del Marqués del Riscal,
residencia de la Falange, hervía de entusiasmo y exaltación nacional al
conocerse la rendición de la Generalidad catalana y se pensaba en la mejor
manera de exteriorizar la alegría que la noticia produjo, fué Julio también
quien sugirió la idea de celebrar la manifestación histórica que, dirigida por
JOSÉ ANTONIO, había de arrastrar el día siguiente al pueblo madrileño hacia el
Ministerio de la Gobernación, para pedir al Gobierno no desaprovechara la
coyuntura que se le presentaba de salvar a España.
Vox clamantis in deserto.
El S. E. U., el magnífico
Sindicato estudiantil, tan íntimamente unido a todas las vicisitudes de la
Falange y que tanta participación, activa y pasiva, hubo de tener en todos los
hechos con ella relacionados, acaecidos durante los años precursores al
Alzamiento Nacional, encontró siempre ardoroso defensor en julio, quien
contribuyó poderosamente a la formación y robustecimiento de la Entidad.
Y guiado por el afán
misionero y proselitista de la Falange, Julio recorrió todos los caminos de
España, hablando en pueblos míseros y en poblaciones grandes, escribió
artículos y hojas de propaganda, dió conferencias, sufrió multas, procesos y
persecuciones y cuando fué preciso, él que había arriesgado la vida en el aire
y en el mar, la arriesgó también, en varias ocasiones anteriores a aquella en
que la perdió, sobre el asfalto urbano y sobre el polvo campesino.
Julio era la nobleza hecha
carne, y esta nobleza y la sinceridad con que decía cuanto pensaba, le acarreó
amarguras y sinsabores, pues juzgaba por él a los demás hombres y creía todos
eran de condición análoga a la suya. Temperamento de mando y de capitanía,
acató sin embargo desde el primer momento y sin reserva alguna la de JOSÉ
ANTONIO, quien correspondió a la leal colaboración y consejo que le prestara
con fraternal afecto.
Su optimismo contagioso, su
decisión inquebrantable, su generosidad sin límites y su carácter abierto y de
efusiva rudeza, hacían de Julio camarada predilecto y al que toda la vida se ha
de recordar con emoción.
Desde el día de su
detención al de su muerte no nos separamos. En este tiempo y en las condiciones
en que nos hallábamos, tan poco propicias para el disimulo y el engaño, y sí en
cambio, para llegar al fondo del corazón y del pensamiento de los que con uno
conviven, confirmé la admiración que hacia él sentía y nuestra amistad quedó
atada con lazo indestructible.
A mi lado se hallaba cuando
tranquilo y sereno, fumando un cigarrillo, sin que su rostro reflejara la menor
alteración, marchó al suplicio, entre filas de milicianos rojos. Nunca podré
olvidar aquel momento, ni los posteriores en que en la galería de la prisión
resonó el ruido de la descarga que lo abatiera para siempre. Y tengo la
seguridad que cuando ello ocurrió su último pensamiento fué para sus amores más
intensos: Amelia su mujer, su hijo Juan Antonio y la Falange Española, que él
fundara con JOSÉ ANTONIO y por la que moría.
Camarada Ruiz de Alda: que
tu sangre como la de tantos otros mártires de la Patria, caiga sobre nosotros
si no sabemos hacer la España que soñasteis.
R. FERNÁNDEZ-CUESTA