Aparecido en el segundo
número de No Importa y con fecha 6 de junio de 1936
En medio de la mediocridad
nacional, la Falange irrumpe como un fenómeno desconocido hasta ahora. No por
la originalidad - con ser mucha - de su programa, sino porque es el único
movimiento que no se limita a agrupar a sus partidarios por la vaga
coincidencia de su programa, sino que trata de formarlos por entero, de
infundirles, religiosamente, una moral, un estilo, una conducta. La Falange no
ha seguido a las viejas agrupaciones políticas, aspirantes a arreglar el mal de
España con unos coloretes a flor de piel; la Falange ha calado hasta la raíz;
ha empezado por el principio; no se ha conformado con tener adheridos, ficheros
y cuotas: ha aspirado a tener "hombres" y "mujeres"; seres
humanos "completos", entregados a la abnegación del servicio.
En las horas aparentemente
tranquilas, esta actitud profunda, religiosa, de la Falange mereció la pálida
sonrisa de los cautos. Las pobres derechas españolas creyeron concluir con la
Falange por dos caminos: el del silencio y el de la falsificación; ocultando
nuestras luchas- ¡muertos fraternos de la Falange, a los que la prensa
"patriótica" no dedicó una línea! - y recordando nuestra
exterioridad, a la que imaginaban vinculado el éxito. Las izquierdas, más avisadas,
señalaron desde el comienzo nuestro peligro y nos declararon la guerra: una
guerra infame que tenía por arma el asesinato.
Así, entre el crimen y la
envidia hemos vivido tres años que parecen una existencia. Años fecundos,
germinales, que nos han adiestrado para la lucha de ahora. Y para la decisiva
que se prepara.
Porque es indecente querer
narcotizar a un pueblo con el señuelo de las soluciones pacíficas. YA NO HAY
SOLUCIONES PACÍFICAS. La guerra está declarada y ha sido: el Gobierno el
primero en proclamarse beligerante. No ha, triunfado un partido más en el
terreno pacífico de la democracia; ha triunfado la revolución de Octubre; la
revolución separatista de Cataluña y la comunista de Asturias; la que asesinó
al capitán Suárez por mano del traidor Pérez Farrás y la que incendió la
Universidad de Oviedo. Ha triunfado el Octubre sangriento y repulsivo de 1934,
que ahora se ensalza a los cuatro vientos mientras se persiguen a los que en
octubre defendieron abnegadamente al Estado Español. Estamos en guerra. Por eso
el Gobierno beligerante se preocupa poco de los ficheros cedistas y de la
prensa conservadora. El Gobierno no pierde su tiempo en matar moscas: se da
prisa en aniquilar todo aquello que pueda constituir una defensa de la
civilización española y de la permanencia histórica de la Patria: el Ejército,
la Armada, la Guardia Civil... y la Falange.
No somos, pues, nosotros
quienes han elegido la violencia. Es la ley de guerra la que la impone. Los
asesinatos, los incendios, las tropelías, no partieron de nosotros. Ahora, eso
sí - y en ello estriba nuestra gloria - nuestro empuje combatiente, nuestra
santa violencia, fué el primer dique con que tropezó la violencia criminal de
los hombres de Octubre. Por eso se han encarado con nosotros con tanta colérica
sorpresa. Imaginaban que todo el monte iba a ser orégano, como en el otro
bienio de Azaña. Pensaban que podrían, como entonces, herir y atropellar.
Cuando he aquí que la Falange se les ha plantado en medio. Ha sido inútil
multiplicar las persecuciones: la Falange está aquí, firme en su sitio. Ella ha
roto el sortilegio que presentaba como invencibles a los monstruos
representativos del Frente Popular. Ha puesto al descubierto que no eran para
tanto. Se les ha subido a las barbas. La Falange les faltó al respeto y, tras
ella, todo el mundo se lo ha perdido. El terrible Azaña de 1931 se ha tenido
que refugiar en El Pardo, discreta pantalla de su ridículo, y el lacayo Casares
arde con 39 grados de fiebre, consumido en una lucha contra fuerzas inaprehensibles.
¡Bien haya esta violencia,
esta guerra, en la que no sólo defendemos la existencia de la Falange, ganada a
precio de las mejores vidas, sino la existencia misma de España, asaltada por
sus enemigos! Seguid luchando, camaradas, solos o acompañados. Apretad vuestras
filas, aguzad vuestros métodos. Mañana, cuando amanezcan más claros días,
tocarán a la Falange los laureles frescos de la primacía en esta santa cruzada
de violencias.