(Capítulo "Porto
Praia-Pernambuco" del libro de Palos al Plata, escrito por el comandante
Franco y el capitán Julio Ruiz de Alda. )
Esta etapa es la más
fundamental del raid, por su longitud y por su significado, pues es la
verdadera travesía del Atlántico y tiene 2.850 kilómetros. Lo más difícil de
ella es la salida, que nos ha preocupado desde hace varios meses, preocupación
que aumenta al llegar a Porto Praia y ver la bahía y el mar. El más preocupado
es Franco, director y principal actor en la escena de la salida, en la que Alda
y Rada tienen solamente que hacer fuerza mental para sugestionar al avión y que
éste se eleve del mar.
El "Plus Ultra"
tiene que salir en este vuelo con la siguiente carga:
3.940
litros de gasolina y benzol, a 0,760 densidad............................................... 2.994
Kg.
220 litros
de aceite, a 0,800 densidad........................................................................... 176
»
Agua............................................................................................................................... 105
»
Franco,
Alda y Rada...................................................................................................... 215
»
Radio,
completa.............................................................................................................. 80
»
Repuestos
y herramientas.............................................................................................. 40
»
Equipajes........................................................................................................................... 5
»
Víveres............................................................................................................................. 10
»
Mensajes,
sextantes, botes de humo, derivómetro, pistolas y elementos de señales,
cartas,
reglas, etc............................................................................................................ 30
»
Peso total
.......................................... 3.655
Kg.
La carga máxima autorizada por la casa son 2.000
kilogramos, con un coeficiente de seguridad de 5, coeficiente que con nuestra
carga de 3.655 baja a 1,5, lo que hace que sea probable una rotura de los
largueros de las alas, si al salir hubiera perturbaciones atmosféricas que
obligasen al aparato a trabajar vez y media más que lo normal.
A las cinco cincuenta y
ocho (hora local) se ponen los motores en marcha, y calentándolos nos alejamos
de la costa. Franco en su puesto, Rada entre los depósitos de combustible y
Alda detrás, en el cuarto de derrota. A las seis y un minuto, proa a tierra, se
embalan los motores en condiciones de viento nulo y alguna mar de fondo.
Después de una carrera de un minuto y veinte segundos, la velocidad del avión
no llega a 50 kilómetros y no se monta sobre el rediente. Alda, que no se
esperaba esta carrera y estaba haciendo lo menos romántico del vuelo, queda en
un grave aprieto.
Se reducen los motores y se
da una vuelta por el mar, enfriándolos. Franco decide hacer otro intento de
salida, y si el avión no despega, dejar entonces la salida para la tarde y
volar toda la noche, a pesar de sus inconvenientes. La salida por la tarde
tiene la ventaja de que el viento es muy fuerte y ayuda a despegar; pero luego,
en vuelo, los remolinos son muy bruscos y se puede quebrar un ala.
Por otro lado, los cuarenta
y ocho minutos que se ganan de luz durante el día por caminar hacia Occidente,
se ganan de oscuridad durante la noche, que en lugar de tener doce horas menos
los crepúsculos, tendría cuarenta y ocho minutos más.
A las seis y diez
intentamos la segunda salida, y esta vez, al cabo de un minuto cuarenta
segundos, el aparato despega. Franco hace el viraje contra tierra y nos ponemos
a rumbo; cuando esto se consigue, ya salvada la parte más difícil del raid,
lanzamos tres hurras formidables, con la seguridad de que llegaremos a tierra
americana.
La derrota que seguimos es
la loxodrómica, que no tiene diferencia apreciable con la ortodrómica, ya que
el vuelo es casi de N. a' S. y las derrotas se unen en el Ecuador. La
separación máxima de ellas es de nueve millas en el paralelo de los 7° N.
El rumbo verdadero es S.
27° W.; la variación magnética es -18°, y el desvío de la magistral – 1º. El
rumbo de aguja es, por tanto, S. 46° W.
Al separarnos de la costa sopla flojo el
alisio del nordeste, que fué aumentando de intensidad.
En la primera hora, debido
a la pequeña altura del vuelo, no se tomaron derivas por no permitirlo el
derivómetro y corregimos 4° por las tablas.
Durante las tres primeras
horas, oímos las señales dadas por el "Blas de Lezo". Las de Porto
Praia sólo durante la primera hora. Estas señales nos sirvieron para ir
comprobando la ruta hasta las nueve y media de la mañana; desde esta hora hasta
las catorce no oímos a ninguna estación. Ello no fué porque estuviese mal
nuestra radio ni por falta de práctica en su manejo, sino por la sencilla razón
que por la ruta que recorríamos no había ningún barco; sólo vimos, a las siete
y media de la mañana, uno que iba a nuestro mismo rumbo y por encima del cual
pasamos.
A las siete y media se
determinó la deriva, que dió de corrección 4°, con viento a 160° por estribor,
de 25 millas de intensidad, estando la mar rizada.
A las diez horas y tres
minutos se tomó una altura de sol por el punto aproximado, que nos dió una
recta casi paralela a la ruta, con su determinante siete millas a estribor, o
sea hacia la derrota ortodrómica. Después se tomó otra medición de deriva,
encontrándose los mismos grados de corrección y la misma dirección e intensidad
de viento. Como ese error de siete millas caía dentro de las tolerancias del
sextante, no hicimos ninguna corrección.
Desde la salida, la
visibilidad era francamente mala, no siendo mayor de cinco millas.
Alda y Rada hacían
frecuentes visitas al salón de fumar, mientras Franco seguía sin moverse, tal
vez pensando en las horas que faltaban. Ninguno hablábamos nada y el vuelo daba
una sensación de silencio, pues el ruido de los motores a las pocas horas
desaparece y sólo se oyen las variaciones del sonido, como cuando ratea un
motor, cosa muy desagradable y que por fortuna no hemos oído en todo el viaje.
Desde las diez hasta las
doce siguió el silencio más absoluto hasta en la radio. Alda no conseguía oír
ninguna estación, a pesar de estar constantemente a la escucha y haciendo
llamadas con carácter general. En este intervalo, Álda y Rada se tomaron unos
huevos duros y una taza de café caliente, mientras Franco seguía sin moverse.
A las once horas cincuenta
y uno, tomamos la altura meridiana, que nos dió 7° 8' de latitud N., y por
consiguiente 526 millas marinas de recorrido, resultando una velocidad en este
trayecto de 93 millas marinas por hora, viendo por ello que a Noronha
llegaríamos anocheciendo.
Se tomó nuevamente la
deriva, persistiendo el mismo viento, el alisio del NE., fresco, que nos
ayudaba en nuestro camino, siguiendo una visibilidad mala y el mar muy rizado.
A la una, Franco tomó su
único descanso de diez minutos, mientras Alda cogió el volante, lo que le
sirvió a éste para descansar de los auriculares y postura molesta de la radio.
Marcamos en la carta la situación que debía tener el "Alsedo". Alda
se puso a escucharlo y a hacerle llamadas periódicas, bien directamente o
diciendo a los barcos que pudieran escucharle que le avisaran que íbamos sin
novedad.
A las catorce, la radio
empezó a dar señales de vida, oyéndose sensiblemente en dirección de la proa,
dos estaciones de barcos. A las dos y veinte estábamos en el paralelo de 3°,
donde debía comenzar la zona de calmas en esta época; pero el alisio seguía y
la calma del mar no se veía por ningún sitio; solamente la visibilidad era cada
vez peor. Empezaron a caer chubascos, teniendo que dar rodeos para evitarlos.
Hubo uno tan cerrado, que no hubo más remedio que pasar bajo él y estar doce
minutos aguantando el aguacero.
A las catorce y media, el
radiogoniómetro nos indicó que cruzaba un barco por babor y estaba muy cerca,
pero no lo pudimos ver.
A esa hora entramos en
comunicación con dos barcos, el D. T. C., el "Arthus", alemán, y con
el H. D. F., inglés. A las dos horas cincuenta y dos minutos los alcanzábamos,
pasando por encima del "Arthus", que en este momento nos dió su situación,
que era 1° 25' latitud N., y 29° 50' longitud W., viendo en la carta que sólo
teníamos ocho millas de error, y esto nos dió una gran tranquilidad.
Deberíamos estar ya muy
cerca del "Alsedo", pero no lo oíamos, como tampoco oíamos a Noronha
y Pernambuco. Por cierto que salimos de España guiados por un libro de
estaciones de radio, de reconocida solvencia, el cual decía que la estación de
radio de Noronha tenía mil millas de alcance. En vista de los maravillosos
resultados que nos había dado el radiogoniómetro, esperábamos oírla a 600
millas de distancia. Ya en Praia, recibimos un telegrama de nuestro Cónsul en
Pernambuco, que nos decía que dicha estación era muy pequeña y que no
contásemos con ella; no obstante teníamos esperanza de oírla, por lo menos de
300 a 400 millas.
A las quince cuarenta y
cinco, aproximadamente, debíamos pasar por la latitud de los Penedos,
dejándolos a babor y a una distancia aproximada de 70 millas marinas.
Los Penedos son un grupo de
piedras escarpadas que siguen la dirección NNE.-SSW., con 0,3 millas de
extensión, y la parte más alta se eleva a 17 metros sobre el mar.
La multitud de pájaros que
las cubren las indican, y pueden verse a distancia de 20 millas. A veces
parecen buques a la vela. No hay nada que indique la posibilidad de este
notable grupo, a no ser la situación exacta. En estas pequeñas rocas perdidas
en el océano es donde tomaron agua los portugueses Sacadura Cabral y Gago
Coutinho.
A las dieciséis empezamos a
oír las señales que daba la estación de Pernambuco, estando a 900 kilómetros de
distancia de ella. Al pasar la línea ecuatorial, las señales se oían muy
claras, y ya en este momento el radiogoniómetro entró en acción y nos dió una
completa seguridad en la recalada. A dicha hora pusimos un telegrama anunciando
a Noronha, por intermedio del "Arthus", que, si podíamos llegar con
día, amararíamos en ella, y si no, pasaríamos la noche en el mar; pero no
debían intranquilizarse porque teníamos gasolina suficiente para llegar a la
costa del Brasil, y la mar, que era tendida y larga, permitía tomar agua y
pasar en ella la noche.
El paso del Ecuador se
efectuó a las dieciséis horas veinticinco minutos, siendo la primera vez que le
atravesábamos todo el equipo del "Plus Ultra", sin más festejo que
una copa de coñac, que Alda se encargó de distribuir a los demás tripulantes,
dándoles también en este momento, con la alegría consiguiente, la buena nueva
de oírse claramente la estación de Pernambuco.
En esta parte ya ha cesado
por completo el alisio del NE. y le ha substituído un viento variable de muy
poca intensidad y que más frecuentemente sopla del SE. sin producir deriva
apreciable.
A las dieciséis horas
cuarenta y cinco minutos oímos la estación de Noronha que tenía un sonido de
gramófono malo, como si estuviese acatarrada. Pusimos proa a ella, teniendo que
hacer sólo con el radiogoniómetro dos variaciones en el rumbo; la primera, de
6°, y la segunda de 3°. Hasta las dieciséis cuarenta y cinco no hemos variado
el rumbo inicial, lo que indica que una navegación a la estima, con un buen compás,
un derivómetro y, sobre todo, con un piloto que tenga la paciencia de estar
diez horas llevando el rumbo, mirando únicamente para la brújula, se puede
llegar a cualquier sitio, siendo el goniómetro indispensable para las
recaladas.
A partir de esta hora, el
cielo, aunque chubascoso, abrió calle, siguiendo el vuelo por una gran avenida
de nubes que parecía nos daban guardia de honor. La visibilidad se hizo
maravillosa y nos cruzamos con gran número de barcos que seguían todas
direcciones.
Con la situación a las
cuatro y veinte, variando el rumbo de Pernambuco a Noronha 10°, y siendo la
variación que nosotros hicimos de 9°, se comprueba aun más la buena navegación
a estima que llevamos.
A las dieciocho cuarenta y
cinco, divisó Franco la isla de Noronha, que aparecía por la proa a más de 60
millas, y empezó una verdadera carrera con el sol que se ponía, para ver quién
llegaba antes, si el sol a su ocaso o nosotros a Noronha. Pusimos los motores a
todo régimen, y a pesar de nuestros 200 kilómetros de velocidad, no pudimos
hacer como Josué. El sol se puso, y Franco tomó agua a las seis treinta y
cinco, cerca y al costado de un barco, como lo podía hacer en Mar Chica en un
examen de pilotaje. La mar era fuerte del NE. y el viento del SE., con lo que
se hacía sumamente difícil acuatizar, y tuvo que hacer con el "Plus
Ultra" más contorsiones que un compadrito bailando el tango, para posarlo
en el agua, con la suavidad y mimo que se merecía y a unas 25 millas al NE. de
Noronha.
Los últimos veinte minutos
del vuelo fueron una preciosidad, y para nosotros serán los más hermosos y
emocionantes que pasaremos en la vida; tal vez por el estado de ánimo, por
aquel atardecer ecuatorial con una luminosidad formidable y por la carrera con
el disco grande y ardiente del sol, teniendo como objetivo las rocas de
Noronha, carrera que será para nosotros inolvidable.
Para Alda, el trabajo había
terminado con gran alegría, pues los teléfonos de la radio, después de doce
horas, eran como dos tenazas que causaban un fuerte dolor, y el negrero de
Franco no permitió quitárselos ni un minuto en las últimas horas de vuelo. Tuvo
que aguantarlo encorvado, sin sentarse y tropezando con la cabeza en la parte
superior del avión.
Por el contrario, a Franco,
después de doce horas y inedia de vuelo, le quedaban todavía dos horas y media
de navegación de noche y con mar fuerte.
Franco escogió para tomar
agua el momento en que un barco estaba en la ruta y acuatizó a su inmediación,
con lo cual el barco debía dar la noticia y era una garantía de ayuda en caso
de necesitar alguna cosa.
Tomó agua el hidro. El
barco cambió de rumbo y se dirigió hacia nosotros, que le hicimos señales de
despedida. Pusimos proa al extremo SW. de la isla, donde nos dirigimos
rápidamente, siguiendo el buque su primitivo rumbo.
Rápidamente obscureció, con
la rapidez proverbial en las regiones ecuatoriales, en las que los crepúsculos
no tienen duración. No teníamos más señal para dirigirnos a Noronha que las
marcaciones de la brújula y los destellos de su faro, oculto casi siempre por
las grandes olas en que navegábamos. El cielo estaba cubierto de grandes
nubarrones y no podíamos tomar enfilaciones a ningún astro.
Aunque no llevábamos
corredera, la velocidad que debíamos desarrollar, correspondiente al número de
vueltas de los motores, debía ser de diez a doce millas por hora. El viento,
algo fuerte del SE., rizaba el mar, en sentido transversal a la gran ola del
NE., rompiendo en la proa del hidro, y nos mojaba continuamente, estropeándonos
las cartas de navegación, los uniformes y el pequeño equipaje que llevábamos.
El correo aéreo se salvó por ir en la cola, donde no entraba el agua.
A Franco, el vuelo no lo
había cansado; pero esta navegación envuelto en agua, en la que tenía que
desarrollar toda su habilidad para evitar que el avión sufriera duros
encontronazos con el mar, y mover los mandos de dirección continuamente, le
cansó más que todas las horas de vuelo. Además, la jornada había empezado a las
doce de la noche del día anterior, durante el remolque, en el que todos tuvimos
que trabajar para evitar los rudos tirones de los cabos y que el avión fuera
zigzagueando, y la resistencia humana tiene su límite.
Podíamos habernos quedado a
pernoctar en el mar, pero Franco prefirió ir a Noronha para telegrafiar y
descansar más cómodamente; además, el avión estaría más a cubierto de balanceos
y del viento, y nosotros menos preocupados por el estado del mar si empeoraba o
aumentaba el viento.
A las ocho y diez llegamos
a la altura del extremo más occidental de la isla; y ya al abrigo del viento
que nos proporcionaba y algo abrigados del mar por los arrecifes de su extremo
NE., nos dirigimos al puerto de San Antonio, donde se veían luces en el mar.
La luna ya había salido, y
rasgando los nubarrones y las tinieblas, alumbraba bastante. Se veía todo el
contorno de la isla, los salientes y la mar rompiendo en sus arrecifes.
Alda hizo varios disparos
con la pistola de señales para que nos enviaran la embarcación que debían tener
prevista con elementos de anclaje, y desde una de las playas de la isla, con
una linterna eléctrica, nos hablaban con alfabeto Morse y nos decían que no nos
acercáramos a aquella parte, porque había rompientes peligrosos.
Por la parte del mar vimos
una embarcación con una luz; en dirección del puerto de San Antonio vimos otra
luz, que debía estar sobre el mar, pero nos extrañó no ver ninguna embarcación
ni balsa, y era extraña esta luz flotante balanceándose, sin saber de qué
provenía.
Llegamos a ella y estaba
sobre unos maderos, atados a un grueso cabo. Paramos los motores; la subimos a
bordo con los troncos y el cabo; hicimos fuerza sobre éste para ver si estaba
fuerte, y no pudimos arrancarlo del fondo, a pesar de tirar de él los tres
tripulantes del "Plus Ultra". Ya con toda seguridad nos amarramos a
él. Además, estaba colocado en la parte más resguardada del mar, y esto era
otra indicación que debía ser para nosotros. Eran lar. ocho horas y cincuenta y
cinco minutos cuando quedamos amarrados y en espera que se presentara alguien,
pues hasta entonces todo parecía misterioso.
La distancia recorrida
hasta el momento de tomar agua era de 2.260 kilómetros, y la velocidad horaria
media era, por tanto, de 181 kilómetros por hora.
Los 45 kilómetros que nos
faltaban para llegar a Noronha los hubiéramos hecho en vuelo en menos de quince
minutos.
Fernando Noronha
Pasaron veinte minutos y
llegó a nuestro costado aquella embarcación de remos que se veía por el lado
del mar. En ella venían varios indígenas y otro individuo de mejor aspecto, que
subió al hidro en el momento que nos estábamos tragando las provisiones que
llevábamos para el vuelo. Le ofrecimos y no quiso compartirlas con nosotros.
Después nos manifestó que era el secretario del Gobernador. Le preguntamos si
teníamos alojamiento en tierra y nos contestó que sí; pero cuando le dijimos
que íbamos a desembarcar manifestó que no era posible. Después de conversar un
rato le convencimos que en el hidro no íbamos a pasar la noche y que queríamos
ir a tierra. Pasamos a la embarcación y nos dirigimos al desembarcadero de San
Antonio, donde la playa levantaba la ola, que rompía a gran altura,
exponiéndonos a naufragar. Después de varios intentos de desembarco, el patrón
de la frágil embarcación dijo que no era posible y que teníamos que pasar la
noche en la barca. Más agradable sería pasarla en el hidro y a él nos dirigimos
otra vez.
El interior del hidro
estaba lleno de agua y toda la cubierta del aceite de los motores; encontrar
tres sitios para acostarse era difícil. Rada se subió a los motores, donde
tenía espacio seco. Franco, con la tela de repuesto (varios metros que habían
escapado a su vista de lince en Porto Praia), se organizó en el angosto tubo
que formaba la cola, su dormitorio, que si bien estaba seco, tenía las
costillas tan próximas entre sí, que le era preciso descansar sobre varias de
ellas, que se le clavaban en el cuerpo. Ruiz de Alda se sentó en uno de los
puestos de mando. Los tres estábamos muy mojados y Franco decidió quedarse con
el traje de baño, que aunque mojado sería lo que más pronto se secaría con el
calor animal. Durante la noche llovió varias veces; caían los chubascos
ecuatoriales, que son a modo de cataratas, y obligaron a Ruiz de Alda a cambiar
de emplazamiento, sin encontrar lugar más cómodo para pasar la noche. Franco se
llevó a su "camarote" la botella de coñac, que le ayudó a sobrepasar
el frío que hacía. Por primera vez lucieron sobre nuestras cabezas las
estrellas que forman la Cruz del Sur, y vimos otras desconocidas para nosotros
que sólo en planisferios habíamos observado. Todos los papeles relativos a la
derrota y a las observaciones, quedaron casi deshechos con la mojadura.
No fué posible enviar a
tierra los telegramas que queríamos poner, pero suponíamos que ya la isla había
dado noticias nuestras.
Durante las dos horas
largas de navegación sobre el mar gastamos 360 litros de gasolina, de la que
necesitábamos para llegar a Pernambuco.
Al amanecer llegó el
"Alsedo", cuando ya nos habíamos levantado para tomar el sol y
desentumecer nuestros miembros de la humedad de la noche.
Fondeó próximo a nosotros,
y en seguida pasamos a él a bañarnos, asearnos y tomar algún refrigerio.
Mientras tanto, el mar había calmado un poco y el bote que pasó la noche
anclado al costado del hidro, cuya tripulación se dedicó a la pesca la noche,
pudo arrimarse a la playa. En él llegaron al "Alsedo" el Gobernador
de la isla y personal del cable y de la radio. Nos dijeron que nos esperaban en
la isla con las casas engalanadas y muchos agasajos, lo que hubiera sido causa
de que no pudiéramos salir ese día. Nos disculpamos de no pisar tierra,
dedicándonos a inspeccionar los motores, el avión y cargar 600 litros de
esencia para re. poner los 360 gastados en la navegación de la noche anterior,
y llevar un margen de seguridad para prever rodeos por chubascos o fuerte
viento contrario. Al llegar a Per. nambuco nos quedaban más de quinientos
litros de esencia, lo que comprobaba que era suficiente el radio de acción del
avión para llegar de Cabo Verde a Pernambuco en vuelo directo, y todavía nos
sobraba combustible para cerca de 300 kilómetros después de recorridos aquellos
2,850 de la etapa anterior.
Durante la inspección del
avión comprobamos que las hélices y mandos iban en buen estado, lo mismo que
todo el resto del hidro.
Aquí recogimos nuestros
equipajes, herramientas y repuestos del avión, y también se embarcó de nuevo
Durán, saliendo con mayor peso del que aconsejaba el estado del mar; pero ¿qué
podía importarle al "Plus Ultra" llevar cerca de dos toneladas de
peso cuando había despegado con cerca de cuatro?
Antes de salir, nos traen
al "Alsedo" los partes meteorológicos recibidos de Pernambuco el día
anterior por la tarde y el día de la salida por la mañana. De ellos, y de los
recibidos de Pernambuco en Porto Praia, deducimos que encontraremos al llegar a
la costa vientos flojos del NE., por la mañana, y del SE., por la tarde. En
ruta encontraremos el alisio del SE., con bastante fuerza, el mar bastante
picado a causa del viento, y en la costa mar llana, debido a la protección que
proporciona la línea de arrecifes que corre por delante de ella; encontraremos
también bastantes chubascos y tal vez tormentas locales.
Este día hacemos nuestra
primera comida con el comandante y todos los oficiales del "Alsedo",
del que podemos decir que su viaje es también un raid de tanta importancia como
el nuestro, por ser un barco pequeño, sin condiciones para una navegación de
altura; con un radio de acción muy limitado y con la incomodidad de llevar todo
el barco ocupado por bidones de gasolina, benzol y todos los repuestos del
"Plus Ultra". En este barco que no estaba preparado para el calor que
se había de encontrar al atravesar la línea ecuatorial, la tripulación sufrió
enormemente sus efectos, agravados con la preocupación de nuestro vuelo.
Su comandante, señor Gámez,
mientras duraba el vuelo del "Plus Ultra", en todas las etapas no se
movía de la cabina de la radiotelegrafía, esperando nuestras noticias con gran
ansiedad y preguntando a todos los barcos que encontraba en ruta.
Él fué quien nos dijo que
habíamos realizado un milagro no conocido hasta la fecha, como era haber hecho
en el Atlántico el silencio más absoluto el día de nuestra travesía. Este
milagro era debido a que nosotros le habíamos manifestado que en cada hora de
vuelo daríamos noticias nuestras. Ellos iban continuamente a la escucha, y
cuando se encontraban cualquier barco mercante que hacía uso de su radio, le
rogaban que se callara para atender a la radio del avión. Estos barcos, a su
vez, se interesaban por recibir nuestras noticias, y seguían el mismo
procedimiento de suplicar que se callaran cuantas estaciones radio se
encontraban a su alcance. Esta es la razón, para nosotros antes incomprensible,
de estar varias horas sin comunicación telegráfica con el mundo, sin recibir ni
una sola onda.
Como dato interesante, que
puede dar a conocer a los profanos en cuestiones de marina lo imposible que
hacía el calor la vida a los tripulantes del "Alsedo", es el
siguiente: cuando el "Alsedo" llegó a Noronha, nosotros pasamos a
bordo con objeto de asearnos. Se nos ocurrió bañarnos en agua fría en el cuarto
de baño del comandante. No obstante lo temprano de la hora, ocho de la mañana,
hora en que los rayos del sol eran todavía muy oblicuos, hacía tanto calor en
la cámara, que, estando dentro del baño de agua fría, nuestra cabeza, fuera del
agua, sudaba copiosamente.
A la tripulación del
"Alsedo", que en todo momento se desvivió por ayudarnos, forzando la
marcha por estar lo más cerca posible de nosotros, debemos una gran parte del
éxito de nuestro raid.
Preguntamos al comandante
del "Alsedo" cuál era su situación al mediodía anterior, y nos dió la
siguiente: latitud N., 0° 46' 9"; longitud W., 30° 30'.
Noronha-Pernambuco
La salida, a pesar del
estado del mar, fué muy buena, sin la menor brusquedad ni dar el menor brinco,
después de haber aguantado un buen chubasco que nos mojó por completo a
tripulantes, motores y avión.
Parece increíble que
nuestros motores, después de trabajar a un régimen forzado durante muchas horas
y mojarse con agua del cielo y del mar, que entra por carburadores, escapes,
válvulas y encendido, sigan marchando perfectamente y se pongan en marcha
cuando se quiere, sin la menor dificultad. Si el avión acreditó buenas
condiciones, los motores no se quedan atrás; pero todavía en esta nueva etapa a
Pernambuco nos han de demostrar que siguen rivalizando en méritos y calidad.
Pensábamos encontrar el
alisio del SE. con bastante fuerza y ligeros chubascos, el mar rizado por el
viento del alisio, y al recalar a la costa un poco, al N. de Pernambuco, la mar
más calmada y el viento ligeramente al E. No nos equivocamos en lo que se
refiere al viento y al mar, pero sí en lo relativo a los chubascos, que son
fuertes y muy numerosos, vienen acompañados de un aumento en la fuerza del
viento, que sopla con violencia en el momento de descargar, y produce fuertes
remolinos que nos zarandean y al mismo tiempo nos mojan fuertemente.
Es el padre Neptuno que se
halla irritado porque hemos pasado sus dominios ecuatoriales sin pagar el
tributo tradicional y pasamos la línea por debajo de nuestras alas. Quiere que
nos acordemos de su reino antes que lleguemos a tierras del Brasil, y nos envía
chubascos seguidos, pero ya conocemos la manera de burlarlos o vencerlos.
Antes de salir de Noronha
se habían pedido las señales radiotelegráficas a Pernambuco. El
"Alsedo", que salió al mismo tiempo que nosotros, estaba a la escucha
por si nos ocurría algo.
Al remontarnos en Noronha
se oían perfectamente las señales de Pernambuco y hacia ellas nos dirigimos,
procurando tomarlas dos grados a babor para recalar en la costa al N. de
aquella ciudad.
El fuerte viento de costado
nos produce una deriva que, medida con el derivómetro y las bombas de humo,
resulta de 8°, deriva que comprobamos con las tablas que lleva Franco.
Corregido el rumbo por el viento, debemos recibir las señales a 6° por
estribor, y este rumbo es el que seguimos. No comprobamos variación del viento
y cuando llevamos más de dos horas de viento y nos queda todavía una hora para
llegar a Pernambuco, una gran trepidación en el avión nos indica que se ha roto
una de las hélices.
La altura del vuelo que
llevamos en este momento es de 150 metros, obligados por los chubascos. Franco
corta los motores rápidamente para ver cuál es la hélice rota. Al ver que es la
trasera, embala por completo el motor delantero y detiene la marcha del
trasero. Alda recoge la antena de la radio, que cuelga por debajo del avión 60
metros para evitar perderla si tenemos que acuatizar o perdemos altura.
La altura de vuelo
disminuye poco a poco, y nos encontramos escasamente a 20 metros cuando Franco
ordena que se tire toda la carga del avión, pasan a la cola Alda y Durán; esto
desnivela algo el avión y obliga a manejar los timones de profundidad para
contrarrestar el desequilibrio. La superficie de los timones frena la marcha y
es causa de que el avión siga perdiendo altura.
Hay momentos que parece que
va a tocar el agua; tan bajo vamos, que el airón de las espumas debe mojar el
casco del "Plus Ultra", como queriendo desgarrarlo. El mar está
bastante rizado y el viento es fuerte y sopla de costado a la ruta. Franco. que
en estos momentos divisa la costa por estribor, cambia el rumbo y se dirige a
ella mientras Alda y Durán, que han tirado al mar todas las herramientas,
bastante repuestos, todos los víveres, equipajes, botiquín y cuanto pudieron
encontrar, regresan al costado de Franco y le consultan si deben tirar los
aparatos de radio y los magnetos de repuesto. Franco se da cuenta que el avión
ya puede con la carga que lleva y cree que no se debe arrojar la radio, aunque
sea sólo por agradecimiento a los buenos servicios que nos ha prestado.
Pudimos haber tomado agua
cuando ocurrió la rotura de la hélice trasera; pero el fuerte viento y el
estado del mar no hubieran permitido navegar hacia la costa con facilidad. Esto
hubiera producido gran inquietud en los que nos esperaban en Pernambuco, y
sobre todo en los que esperaban ansiosamente del cable a miles de millas,
felices noticias del "Plus Ultra". Esto fué lo que aconsejó a Franco
seguir el vuelo con un solo motor.
A Rada le ordenó Franco que
arrojara gasolina al mar y se quedara sólo con 200 litros, cantidad suficiente
para llegar a Pernambuco; pero las bombas de gasolina se habían quedado en el
"Alsedo"; las medias latas que llevábamos a bordo las habíamos
arrojado, y no encontró procedimiento para descargar la gasolina.
Cuando ocurrió la rotura de
la hélice nos encontrábamos a 112 kilómetros del final de la etapa, y esta
distancia, que hubiéramos recorrido con sólo cuarenta minutos de vuelo,
entonces nos debía ocupar hora y media más, porque la velocidad del hidro había
bajado de 180 kilómetros por hora a 90 solamente.
Si el motor delantero, que
marchaba a todo régimen, hubiera fallado un momento, hubiéramos llegado al mar
en seguida, y eso no era difícil por ser el único motor que sostenía el avión.
Varias veces quiso Franco poner el motor trasero en marcha, a un reducido
número de vueltas; pero la trepidación que originaba amenazaba destruir el
hidroavión y Franco desistía de su empeño.
Los motores, que durante
todas las etapas se habían portado maravillosamente, nuevamente nos demuestran
sus insuperables cualidades en este vuelo en que el avión, más que sostenido
por el motor delantero, parecía sostenido por la voluntad de Franco, que con la
mirada fija en el cuentakilómetros y toda su habilidad en los mandos, le
obligaba al avión a ganar poco a poco altura más prudente. Cada metro que subía
el avión se notaba en la cara del piloto, que a veces, cuando arreciaba el
viento, viraba el avión hacia él. Así aprovechaba este aumento de velocidad
para aumentar la sustentación del avión y ganar algunos metros de altura. Más
bien parecía un vuelo a la vela, con un avión ligero, que con una máquina que
pesaba cinco toneladas en estos momentos.
Ya llegados a la costa, y
siempre a una altura inferior a 10 metros, el estado del mar mejoró, calmó el
viento y el avión seguía su vuelo, sin preocuparse más de las señales de la
radio ni del rumbo y la deriva.
En este vuelo, Durán, Alda
y Rada, que no tenían ya misión que realizar, pudieron gozar de las maravillas
del paisaje, que con la escasa velocidad del avión podía admirarse mejor y era
de una belleza sorprendente.
Cuando arribamos a la
costa, los bosques de cocoteros, cuyas copas estaban mucho más altas que
nosotros, eran a modo de una muralla que detenía nuestras mirada,. Ya más
próximos a Pernambuco, la altura de vuelo pasaba de las copas de los árboles y
podíamos admirar la vegetación tropical en todo su esplendor. Siguiendo la
costa, y a orillas del mar, encontramos muchas chozas de pescadores que
extendían sobre la playa sus artificios de pesca. Mezclados con las chozas,
edificios y alguna iglesia de mampostería. Desembocaduras de ríos que podían
servirnos para acuatizar (no podemos decir amarar por no ser mar) en caso de
necesidad; balsas de vela, formadas por troncos de madera seca, que se alejaban
millas y millas de la costa, y algunas barcas de vela por encima de las cuales
no podíamos pasar por nuestra corta altura y nos obligaban a dar un rodeo.
Pasamos a la altura de
Olinda, donde la gente que nos saludaba tenía más altura que nosotros, y
seguimos nuestro vuelo "submarino" hasta el acuatizaje en Pernambuco.
Hubiéramos querido vol4r sobre la ciudad, con la gallardía de la nave que acaba
de coronar una hazaña y lleva por bandera los colores españoles, pero nuestra
altura era muy inferior a la de los edificios de Recife, y escasamente nos
permitía entrar rozando los malecones del puerto. Tres o cuatro metros menos de
altura y hubiéramos tenido que entrar por la boca del puerto como un vulgar navío.
Pasando el malecón, detuvimos el único motor que llevábamos en marcha y
acuatizamos en el puerto objeto de nuestras pesadillas y desvelos.
Con nuestro motor en marcha
recorrimos todo el puerto, en medio de las aclamaciones de la muchedumbre y de
los sirenazos de los barcos. Al final del puerto paramos el motor y el avión
fué anclado en el sitio que había previsto la policía marítima.
Inmediatamente reconocimos
la hélice trasera, a la que le faltaba una pieza completa que se había
desencolado y se había marchado durante el vuelo sin dar las buenas tardes, con
la gran suerte de no haberle tocado al avión en su precipitada fuga, lo que
podía habernos causado avería más grave.
Para poder llegar a costa
americana tuvimos que pagar nuestra osadía de atravesar el Ecuador en vuelo y
entregar a Neptuno todos nuestros equipos y algún trozo del avión, como ese de
la hélice que se desencoló, a causa seguramente del calor y la humedad.
Durante este vuelo
encontramos cinco barcos en ruta antes de la avería, y después de irnos a la
costa no encontramos ninguno.
La distancia entre Noronha
y Pernambuco es de 540 kilómetros, y la hemos recorrido en tres horas treinta y
ocho minutos, con una velocidad media de 150 kilómetros por hora.